miércoles, 24 de febrero de 2010

Vivienda económica de interés social: Del experimento estatal al ensayo civil


Villa Soldati. 1976. estudio STAFF


Memoria descriptiva.

Todos los lunes durante un par de años de la escuela secundaria tenía examen de contabilidad. En la mayoría de esos exámenes debía liquidar sueldos y descontar de cada uno de ellos un 5% para el Fondo Nacional de la Vivienda (FONAVI). Si bien es difícil precisar la cantidad de dinero que destiné para la vivienda social, al menos puedo decir que no ha sido poco. Qué decir entonces del dinero que manejaba el Estado en términos reales. Durante la década del ochenta la actividad de la construcción de viviendas colectivas de manos del Estado argentino alcanzó su punto de inflexión. Luego de casi veinte años de progresiva desaceleración, todos los sinónimos de estas operatorias habitacionales vuelven a mencionarse aunque aun sin una razón concreta.


Todas las ciudades son ideales.

La vivienda de interés social tiene una corta tradición. Su historia puede circunscribirse casi a lo ocurrido en el siglo XX. Las experiencias iniciales del siglo XIX habían sembrado la idea naturalizada del problema habitacional dentro de la demanda higienista que consideró adecuado el establecimiento orgánico de las clases trabajadoras en los centros industrializados. Durante el siglo veinte se consolidó el concepto mediante grandes construcciones residenciales que han servido como herramienta de reactivación económica y política para los estados necesitados tanto de nuevos núcleos urbanos destinados a sus crecientes poblaciones como de procesos de reconstrucción de ciudades históricas en los períodos de posguerra.

En el siglo XXI, la vivienda colectiva de fomento sigue siendo aún un problema nuevo para todas las disciplinas.

Desde su aparición tuvo en la arquitectura a un importante elemento mediador de la relación del Estado con las ‘clases populares’. Los estados-nación en sus diferentes expresiones han desarrollado planes de vivienda como consigna de acción de sus obras de gobierno.

En las últimas dos décadas los países desarrollados han polarizado la política sobre el problema habitacional. Las posiciones cercanas al welfare state se vieron enfrentadas con otras vinculadas a la iniciativa privada con la lógica del mercado, quedando en manos del Estado sólo los casos de extrema necesidad.

Sin embargo, para iniciar algún relato sobre este tema que encuentre una justa dimensión, es necesario que se aborde sin el contenido de naturalidad que nos instala la mirada cotidiana.

Habrá que decir para ello que este tema implica una experiencia mundial única en la historia. La aparición de infinidad de casos que han desarrollado -mediante conjuntos habitacionales que superan como mínimo el millar de viviendas- nuevas ciudades, dentro de ciudades ya existentes o en las afueras de ellas, cercanas a nuevos polos industriales o incluidos en ellos, es un fenómeno de civilización de suma singularidad. Estas ciudades modernas, producidas de la nada, ejecutadas de una sola vez, constituyeron un impulso vital de confianza en las sociedades urbanas más allá de las tradiciones.

Es probable que la escasez de estas experiencias en las últimos tiempos nos contrasten aun más la mirada del problema bajo el aspecto del extrañamiento. O por lo contrario que la cercanía cotidiana, en todos los locales de juegos en red, con el Simcity –juego virtual que permite hacer uno mismo una ciudad desde sus mismos ejes de fundación- produzca asombro al confrontar esa situación con aquellos exponentes reales construidos en el pasado; como si realmente hubieran sido fruto de otra civilización. Un asombro semejante al que le provoca al habitué del Strike Counter la lectura en el diario de un asesinato masivo en un lugar remoto.

Cuando en la historia de la arquitectura se estudia a las ciudades ideales, por lo general relacionadas con nociones utópicas –renacentistas, fourieristas, anarquistas-, se plantea la relación del proyecto en el papel con la proyección de un escenario social no consumado. Una idea de sociedad se refleja en un concepto de forma. El hecho de la no concreción de los proyectos le da cifras a una relación invariable de lo ideal con lo no realizado.

De todas maneras, el rango de ‘ideal’ no persiste en las definiciones cuando finalmente se concretan los proyectos. ¿Pero qué ocurre cuando comprobamos que las ciudades ideales han sido construidas al extremo?


Vivienda social, experimento estatal.

En apariencia, la condición de necesidad que impone la consigna “vivienda digna para todos”, propuesta por todos los formatos del poder político, impone siempre una prioridad por sobre la consideración de causas y efectos provocados por las nuevas ciudades ideales construidas y cuanto menos diluye cualquier interpretación relacionada con nuevos órdenes urbanos y sociales. Este desplazamiento conceptual convierte en natural, por prioritaria, la condición cuantitativa de la vivienda de interés social. Es decir, no parecería serio hablar de especulaciones teóricas o, al menos de juicios interpretativos, cuando hay un problema tan importante y tan grande para resolver.

Sin embargo el contenido de verdad que conlleva la vivienda social como cometido político no puede separarse de su nivel de experimentalidad en términos teórico-prácticos. Existe una condición ineludible para una tradición constructiva como esta que se propone la producción de un fragmento de ciudad totalmente nuevo: el grado de incertidumbre de sus consecuencias. Las consecuencias no son previsibles. Nunca entonces podría decirse menos precisa la condición de EXPERIMENTO SOCIAL para los intentos de construcción de conjuntos de viviendas económicas.

A lo largo del tiempo, los conjuntos de viviendas han variado en sus densidades, implantaciones, configuraciones, detalles constructivos, sistemas de financiación, espacios públicos, tipologías privadas, etc., luego de las diferentes conclusiones que se han obtenido años y hasta décadas después de su construcción. Dichas consecuencias son las que más sensibilidad han despertado a los que se propusieron reflexionar sobre los cambios de rumbo de la arquitectura. Tal vez se puede suponer que la sensibilidad se acrecienta cuando la arquitectura no sólo establece su representación simbólica sino que además se convierte en un intermediario de las conductas sociales, como en el caso de la vivienda masiva.

Charles Jencks propuso la fecha de la demolición del edificio bloque de viviendas de Pruit Iggoe en 1972 como la del fin de la modernidad y el inicio de la post modernidad. Por ese año el conjunto Ciudadela (conocido popularmente como Fuerte Apache) estaba a punto de ser habitado para ser demolido treinta años después por razones muy similares –aunque deben precisarse con mayor profundidad- a las que Jencks determinó como causales de cambio histórico.

Los ciclos de vida de los conjuntos de vivienda hablan de experimentos comprobables no poco tiempo después de su efectiva ocupación y, por esa razón, irreversibles.


Mercado: el experimento como producto.

En estos años hemos visto situaciones de contexto -en lo que a políticas habitacionales se refiere-, que van desde la recolonización hasta el aprovechamiento de los recursos existentes. En el primero de los casos la experiencia del Vinex Plan realizado en Holanda en esta última década (95-05), luego de la decisión de no seguir avanzando sobre el mar, resultó una cruzada de acción colonizadora del suburbio holandés dentro del mismo corazón verde a una velocidad de 100.000 viviendas/ año. El plan representa la centralización de toda la construcción holandesa para cubrir la demanda numérica del crecimiento de población. Las consecuencias de este experimento se traducen en la cantidad de críticas/ habitante que se vienen recogiendo desde hace casi un lustro. En el otro frente el London Housing Board planea las formas de reutilización de 100.000 viviendas desocupadas en Londres dentro del dilema del encogimiento de ciudades de la Europa infértil, demográficamente hablando.

La combinación de ambos factores del mundo estatal europeo ronda al contexto argentino de la iniciativa privada y puede condensarse en el fenómeno colonizador de la vivienda suburbana adjudicado de manera insistente a la década del ´90, mediante la producción de aldeas amuralladas ideales en el cordón bonaerense que, a su vez, propició una considerable cantidad de ofertas y oportunidades para la vivienda y la edificación disponible sin ocupar en la ciudad de Buenos Aires.

El mercado inmobiliario condujo este fenómeno combinado convirtiéndose en el agente planificador más importante a nivel urbano y territorial. Muchos trabajos escritos sobre el tema dan cuenta de la multiplicidad de factores socio económicos en el traslado de algunos sectores de la clase media hacia la periferia, pero sin duda la suma de factores modeló un producto muy definido.

Las partes componentes de la gestión inmobiliaria actúan sobre escenarios en los que las apuestas y riesgos de los emprendimientos lucen a nuestros ojos, tal vez por su aspecto de objeto de consumo, como operaciones absolutamente comprobadas, pero, si bien hay mayores recaudos al momento de la inversión, no debería verse con soslayo el nivel de incertidumbre que también las acompaña. También son experimentos, pero su elevación a la categoría de productos los ubican en otro rango de interés por su integración al mercado. Nordelta y los barrios lacustres del área del río Luján (ver algunos de ellos en Summa+69) son ejemplos del caso. En estos casos los diferentes niveles de adaptación de cada vivienda a las necesidades de su futuro propietario hacen una diferencia con el Vinex Plan, donde las viviendas, aunque también son unifamiliares, no presentan mayor grado de personalización que cualquier exponente tradicional del social housing de posguerra.


El ensayo civil.

El estado y el mercado han posibilitado la vivienda para las clases más pobres y las de mejores ingresos casi alternadamente. Puede decirse con la impunidad del lugar común que han sido tan pendulares como las posturas del poder político relacionadas al rol del estado.

En ambos escenarios, la habitual relación jerárquica de los medios productivos impone y administra los riesgos de la operación, que siempre se traducen en experiencias de prueba y error. La relación de los datos formales con los datos sociales resume el mismo nudo de problemas tanto para la producción de un conjunto de doscientas unidades de vivienda como para el trazado de una ciudad ideal. La arquitectura de estado establece la relación con los ciudadanos en una apariencia poco dinámica o en una representación del ciudadano ideal. La representación ciudadana que ejercen las autoridades se invierte cuando el estado prefigura de modo representativo la forma de vida de sus ciudadanos.

Debemos asumir esta situación como una experiencia política.

La ciudad del siglo XIX y las experiencias civilizadoras que tuvo la Argentina de la generación del 80 se formaron y creyeron respectivamente en el dato científico que les proveía su inmediatez con el positivismo. No era casual que la mayor parte del cuerpo intelectual y político estuviera integrado por médicos y naturalistas. Por una razón cercana a nuestros últimos acontecimientos como país, no es muy extraño pensar que la acción civil sea un fuerte componente para consolidar otro nivel de estructuras de conocimiento y ejecución de programas.

Las áreas del tercer sector aun no se han involucrado y no han encontrado aun su lugar en entre el mercado y el estado.

¿Cual será la expresión más democrática para el trazado de un conjunto de viviendas en todos sus niveles de ejecución incluida la composición interna de las mismas unidades?

¿Es posible considerar a la vivienda económica como un experimento de responsabilidad colectiva, un ensayo de interés civil? Esto es, incluyendo en el proceso de producción a todos los actores del proceso político-constructivo (organismos del estado nacionales y provinciales, arquitectos, ingenieros, sociólogos, empresas constructoras, desarrolladores inmobiliarios, organismos de financiación y, principalmente, a los futuros habitantes?


Gustavo Dieguez.

Summa+ 71. Febrero 2005

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